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domingo, 16 de junio de 2013

Concurso de Relato corto 2013 - Bachillerato - 1º Premio


CROW

 Judith Ordóñez Pérez (1º BACHILLERATO D)

No ha amanecido aún. Casi es noviembre y la lluvia no ha tocado tierra, el calor sofocante impregna las horas de este largo verano. Sentada en el escalón de la puerta de atrás de la casa donde mi gato, Crow, y yo vivimos; dejo vaguear la mirada por el bosquecillo que hay un poco más allá del jardín, en el que un pequeño estanque está rodeado de sauces. Es demasiado tarde para volver a la cama pero aún muy temprano para deambular sola por el siniestro bosque en el que cientos de criaturas aúllan.
Termino de ver cómo las últimas estrellas se desvanecen en el cielo, y las primeras nieblas matutinas ascienden de la tierra seca como almas en pena, estas nieblas son el único respiro que nos da el tiempo. Mientras veo el sol salir, aparece Crow maullando y ronroneando para que le sirva el desayuno.
Odio los viernes trabajando en la cafetería, además de porque me toca hacer caja, por la cantidad de adolescentes, que aun en hora de clases vienen a tomarse un tentempié. Pasan las horas y el sol va cayendo cada día más temprano. Es noche cerrada, y la mayoría de las tiendas y restaurantes han echado el cierre a sus persianas, además de mi buenísima suerte, he perdido el autobús y las calles a estas horas están desiertas.
Después de hora y media de camino, al fin, llego a casa. Cojo las llaves de mi bolsillo, pero antes de introducir la correspondiente en la cerradura, un escalofrio me acelera el corazón. No estoy cómoda. Al entrar en casa cierro la puerta con llave. Una a una reviso las habitaciones, en una mano llevo el móvil y en la otra un cuchillo. Primera planta nadie, ni siquiera el gato. Segunda planta, más de lo mismo. Al final del pasillo está la puerta que lleva al desván. Muy quieta miro la puerta. Casi sin poder respirar la abro. Ante mí doce estrechos escalones, a cada paso que doy, cuento cada uno de ellos: uno, dos, tres… algo ha crujido tras de mí. La puerta, que con una ligera brisa, se está cerrando. Sigo subiendo: cuatro, cinco, seis, siete. La puerta se ha cerrado, todo es oscuro. Ocho, nueve, diez, once. El sudor moja mi frente, sé que detrás de la puerta hay algo. Doce.
Sin luz palpo la pared en busca del interruptor. Mi mano avanza a tientas, pero antes de encontrar lo que busco toco una sustancia fina, como ceniza o tierra, adherida  a la pared.          ¿Qué demonios? Grito, grito y grito, nadie me oye. La voz se me ha rajado. De mi garganta no puede salir sonido alguno. Más desesperada aún busco el interruptor de la luz. No lo encuentro. No sé dónde estoy. Luz. Al fin luz.
Arrodillada en el suelo.  Un suspiro sale de mí, ¿aliviada?
La triste bombilla empieza a alumbrar. Con la frente aún pegada a la pared, me queda lo más difícil, mirar el interior de la sala. Pero ahora con luz, mis constantes vitales empiezan a regularse. Me tranquilizo y dejo el cuchillo en el suelo junto al móvil. Pego la espalda al muro. Y me siento en el suelo. La lámpara parpadea con un sonido cada vez más insoportable. Se ha apagado la luz.
Con un grito ahogado me pego más al muro. Todo está demasiado oscuro. Me pongo en pie. He cerrado los ojos, y aunque la luz se vuelve a encender, pero por miedo, no quiero abrirlos. Los abro, dejo de respirar. Solo esta él.
La figura de un hombre llena la habitación, solo es silueta, solo es oscuridad. Como si hubiese habido una hoguera, a su alrededor hay ceniza negra. De él solo se pueden distinguir los ojos. Los ojos, esos ojos no son de este mundo, al menos no del de los vivos; rojos y brillantes. Sin poder verlo. Se ha acercado a mí. Huele a cadáver. De cerca, sus rasgos están totalmente calcinados. En un acto reflejo, salgo corriendo escaleras abajo intentando no tropezar, y caer rodando. Atravieso el pasillo y me paro repentinamente. Me doy la vuelta, pero el ser no está ahí y no parece que vaya a venir. Es entonces cuando pienso en Crow, ¿y mi gato? Lo busco, no lo encuentro. Miro al rellano superior. Ahí algo arriba. ¿Es el ser diabólico o es mi gato? Entonces lo veo, es Crow. Lo cojo por el abdomen y salgo a la calle. Estoy asustada y el móvil lo he dejado en el desván. Abrazo a mi gato, y entierro la cara en su pelo negro. Me doy cuenta de algo. Ese olor.
Suelto al gato en el suelo y sale corriendo hacia la parte de atrás de la casa. Y no se me ocurre otra cosa que seguirlo. Buscando me adentro en el bosque. Está muy oscuro y mis pies tropiezan con raíces. Veo a Crow al borde del pequeño estanque. Mira el agua y maúlla de dolor. Me acerco. Quiero ver lo que ocurre. Pero las dichosas raíces me juegan una mala pasada. Caigo estrepitosamente al suelo. Como cualquier gato, se gira.
En medio de una combustión espontánea se transforma en el hombre que había en el desván. Todo es borroso, y no veo. El pánico me bloquea los músculos. Me atrofia los pulmones y me dispara el corazón. Lentamente se acerca a mí. Impotente, miro cómo se acerca, no trae nada bueno.
Sin separar los labios, habla. << Te gusta este lugar, ¿Verdad? Lo sé. Es un lugar precioso pero no es nada bueno, y menos que este lugar se quede sin almas. Y yo, tengo que conseguirlas, para no pudrirme en el infierno de este lago. Solo deseo morir de una vez pero para ello tengo que llevarme a alguien conmigo, eres la última alma que me hace falta. Matare tu alma y yo ocuparé tu cuerpo. Después me destruiré con él. Lo sé es cruel. Pero ya no me importa nada, ni nadie, y menos una mortal como tú>>.
De su espalda saca una especie de espada curvada que rezuma un color azulado y negro. La distancia entre nosotros disminuye. No sé ni cómo respirar. Intento levantarme. Tambaleándome me pongo en pie. Pero es tarde. No siento nada, no veo nada, el calor de la sangre me quema la piel.
 Antes de abrir los ojos ya estoy muerta.                                                       

Concurso de Relato corto 2013 - ESO - 1º Premio

VICA Y MOT
Ana Montes Martínez (3º ESO A)
 
Nadie nunca imaginó que Vica, una joven y risueña chica, acabara amando a algo tan espantoso como Mot, y que el acabase amándola con locura.
 Vica era querida por todos aquellos que la conocían, por el contrario Mot era odiado por todos ellos que la amaban. Por eso amaba a Vica, porque era la única que le quería y le comprendía. Y esto es una de las cosas que los demás no entendían.
Pero que la gente lo entendiese, lo tomase a mal o a bien y las opiniones de los demás no les importaban nada en absoluto. Ellos se amaban, se complementaban y se volvían uno solo. Vica tenía todo aquello de lo que Mot carecía y viceversa. Se encontraban perfecto el uno para el otro.
Vica siempre estaba de un lado a otro, y siempre, allá donde iba, traía con ella la vida y la alegría. Por eso todo el mundo la quería, no traía nada malo con ella. Mot siempre iba buscándola, no le gustaba estar más de un minuto sin ella. Tarde o temprano aparecía, y traía con él lo contrario que Vica dejaba a su paso; la desgracia y la tristeza. Era raro que Vica no hubiera perdido la sonrisa estando con Mot, al contrario, si él no estaba su cara tomaba el rostro de la tristeza.
Pero la gente estaba harta de que Mot les llevase la desgracia. Y por supuesto no iban a encerrar a Vica para que Mot se quedase con ella. Debían deshacerse de él y así todo se solucionaría. Se reunieron e idearon un plan para borrar a Mot del mapa.
Así que, mientras Vica dormía y Mot admiraba su belleza y se ocupaba de que nadie interrumpiera sus sueños, entraron a su casa y le dieron un fuerte golpe a Mot que lo dejo inconsciente al momento. Ahora solo tenían que llevarlo muy lejos de allí y arrojarlo por algún lugar peligroso. Caminaron hasta el amanecer, y notaron que Mot se estaba despertando poco a poco. Así que se dieron prisa y lo arrojaron por el primer acantilado que vieron. Mot cayó al agua y desapareció.
Volvieron al poblado, y encontraron a Vica muy alterada y buscando como loca a Mot. No dijeron nada. Cada uno se fue agotado a su casa.
Mot despertó, flotando en medio del mar. Se quedó pensativo siendo arrastrado por la marea. Pensó miles de cosas, estaba confuso. Llegó a la orilla y por un instante la imagen de Vica le vino a la cabeza. Se levantó, estaba confuso. No sabía lo que había pasado, ¿dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta ahí? y la pregunta más importante; ¿Dónde estaba Vica?
Como loco empezó a buscarla, por todo lados. Corrió por toda la orilla de la playa, se adentró en el bosque, subió y bajó montañas... sin ningún resultado.
Por otro lado Vica salió también en la búsqueda de Mot. No temía a las cosas desconocidas y peligrosas que podría encontrarse. Tenía la esperanza de encontrar a su amado.
Pasaron días, meses, y algún que otro año y ninguno encontró al otro. Vica dejo de ser la Vica de antes; no sonreía, no traía vida. Marchitaba todo su alrededor. Mot se volvió más oscuro, enloqueció de amor; escuchaba la voz de Vica y la veía en todas partes. Se convirtió en una sombra de tristeza y locura que traía la muerte con él. Ninguno olvidó lo que sentía por el otro. Soñaban con encontrarse de nuevo.
Mot cobró un gran número de muertes a causa del aura de tristeza que con él venía. Cada día se sumaban muchas más personas sin vida. Esta noticia fue expandiéndose poco a poco hasta que llegó a oídos de Vica. Decidió dejar de buscar a su amado tras largos años haciéndolo sin resultado, y en su lugar buscaría a aquella cosa que causaba la muerte a los demás. Aquella cosa que destrozaba el trabajo que ella hacía antes de que Mot desapareciese.
Siguió las pistas que iba recogiendo y el rastro de cadáveres que la bestia dejaba a su paso. Pero estaba anocheciendo, tenía que buscar un lugar donde refugiarse y descansar. Encontró una pequeña cueva que pensó que era perfecta para descansar. Encendió una fogata y se acostó en el frío suelo. Estaba agotaba, había pasado mucho tiempo desde que ella no dormía.
Una sombra se movió en la oscuridad de aquella cueva, pero como Vica se encontraba en un profundo sueño no se percató nada en absoluto. La sombra de acercó a ella. Se sentó justo delante de Vica. Le acarició el pelo y se pasó la noche entera observando cómo dormía plácidamente.
Cuando Vica despertó, lo primero que vio fue aquella sombra que la miraba fijamente. Se asustó y empuñó su arco y una flecha. Disparó y quedó atónita; no gritó de dolor, ni siquiera salía sangre de su herida. Presa por el pánico Vica echó a correr, notando que aquello le perseguía. ¿Podría tratarse de eso de que llamaban muerte? ¿Aquello que tenía horrorizado a todo el mundo que había oído hablar de él?
Fuera lo que fuera, Vica no se detendría a descubrir quién o qué era esa sombra que la seguía.  Notaba su aliento en la nuca. Vica estaba muy nerviosa y asustada. Sus nervios le jugaron una mala pasada y calló al suelo a causa de un paso mal dado. Se temía lo peor, contemplaba su propia muerte, delante de ella, clavándole la mirada. Acercándose cada vez más a ella, poco a poco. Su aliento se congeló, su corazón se paralizó. Tenía mucho miedo, no sabía qué muerte le esperaba. No sabía cuánto dolor iba a aguantar a manos de La Muerte.
Se acercó y se arrodilló ante Vica. La abrazó. ''Te encontré, tanto tiempo mereció la pena. Al fin en mis brazos, otra vez''. Vica no entendía nada. Pero aquel abrazo le resultó familiar, cálido. Cuando la Muerte se separó de ella, le miró a los ojos y vio en sus ojos el brillo de la mirada de Mot. Al verlo de nuevo, esos sentimientos que olvidó tiempo atrás volvieron nuevamente, más fuertes que nunca. Mot tomó en brazos a Vica. Ella no paraba de sonreír.
Mot se deshizo de su sombra de tristeza y locura con cada paso que daban. Pero no sabía a dónde ir. Ambos no querían volver a su aldea. Así que se fueron lejos, a donde el viento y el sol les llevara.
Caminaron mucho hasta encontrar un lugar de su agrado, donde pasarían el resto de sus vidas juntos. Prometieron no separarse de nuevo, nunca más. No querían volver a sufrir la angustia vivida.
Y así fue, aquí acaba la historia de la Vida y la Muerte. Dos enamorados que desde entonces van juntos de la mano; Vica dando la vida a los demás y Mot arrebatándosela a otros como recuerdo de su sufrimiento.                                     

 

Concurso de Relato corto 2013 - ESO - 2º Premio

Charlotte
 
Mª Dolores Jiménez Cabello (2º ESO A)
 

 

 Y allí estaba. Se volvió hacia mí y su mirada quedó clavada en la mía. Una mirada de ojos verdes. Verdes como los prados en los que solíamos jugar, verdes como la hierba en la que nos tumbábamos y contemplábamos las blancas nubes imaginando formas para ellas.
 Sonreí al comprobar que su cabello seguía siendo igual, aunque esta vez no iba recogido en dos trenzas, lo llevaba suelto y le caía por la espalda como una cascada de brillantes bucles dorados.
 Su piel seguía siendo blanca, fina y delicada, inmaculada, semejante a la porcelana. Sus labios esbozaban una perfecta sonrisa.
 Ya no era la niña de nueve años flacucha y pecosa que se escapaba de su casa de campo para venir a jugar conmigo a la granja.
  -Hola -me saludó-.
 ¡Qué desagradable sensación la de sentir cómo la sangre desafiando a la gravedad asciende, tiñe de color el rostro y te quema las orejas!
  -Charlotte -musité con sumo asombro-. Estás hecha toda una mujer.
  -Gracias. Lo mismo puedo decir de ti, Charles.
 Tras recibir la carta de Charlotte, había estado ahorrando para un buen traje, pero al final no había conseguido el dinero suficiente y me había tenido que conformar con un traje de segunda mano. Charlotte lucía un abrigo largo con apariencia de haberle costado caro.
  -Hacía años que no nos veíamos -dije-.
  -Veintitrés, para ser más exactos -respondió ella-.
  -No puedo creer que lleve la cuenta.
  -Un amigo nunca se olvida.
 Aquellas palabras hicieron que me sonrojase hasta la raíz del cabello. Deseaba decirle que yo tampoco la había olvidado, pero las palabras no me salían.
  -¿Por qué no hablamos más tranquilamente en una cafetería? Me gustaría invitarte -sugirió ella-.
 Cómo me hubiera gustado invitarla yo, pero no tenía suficiente dinero.
 Charlotte comenzó a andar y yo la seguí.
 Hacía bastante frío en las calles para estar a mediados de marzo. Me arrebujé más en mi abrigo y observé a Charlotte. Ella también tenía frío. Se frotaba las manos para calentárselas. Por un momento, tuve el impulso de cogérselas y poder enlazarlas con las mías, lo que era imposible, ya que su presencia me dejaba sin palabras.
  -Esta es mi cafetería favorita. Sirven una tarta de grosellas para chuparse los dedos -puso los ojos en blanco y se relamió-.
 Reí de buena gana. Ese gesto no había cambiado con el paso de los años. Por un instante, pude ver a la chiquilla golosa que babeaba delante del escaparate de su pastelería favorita.
 Me adelanté para abrirle la puerta y dejarla pasar.
  -Todo un caballero -me dijo-.
 Entré detrás de ella. Me llené los pulmones del aromático olor del café. El sitio estaba bastante lleno. Me llevó hasta la única mesa que había vacía. Estaba al lado de la ventana.
  -Siempre me siento aquí -comentó-.
 Me acomodé mientras que ella se despojaba de su caro abrigo y dejaba al desnudo su cuello. Su fino y delicado cuello, del que pendía una cadena de oro con una medalla. La reconocí enseguida. Ya la tenía cuando era pequeña. Era una medalla que al abrirse contenía una foto de su difunto padre. Murió a los pocos meses de que ella naciera.
  -¿Les tomo nota?
 Una joven con una libreta nos sonreía amablemente. Debía de ser una empleada.
  -Sí. Yo quiero un té con leche y tarta de grosellas -pidió Charlotte-.
  -¿Y usted, caballero? ¿Qué desea?
  -Un café -era lo único que se me ocurría. Me había criado y seguía viviendo en el campo, por lo tanto no tenía ni idea de qué pedir.
  -Muy bien. Un café, té con leche y tarta de grosellas -apuntó en la libreta la mujer-.
  -¿No quieres nada para acompañar el café? Vamos, no te cortes -sonrió Charlotte-.
 ¡Qué sonrisa más bonita esbozaba!
  -No. Sólo café -respondí al instante-.
  -Como quieras -Charlotte se acomodó en el amplio sofá.
  -Enseguida lo traigo -nos dijo la camarera marchando a paso ligero hasta otra mesa-.
 Miré por la ventana. Desde allí se podía ver la calle principal y la gente andando con prisas bien arrebujados en sus abrigos.
  -Hace bastante frío para estar a mediados de marzo, ¿no crees? -comentó Charlotte-.
  -Llevamos un invierno muy frío.
  -Pero ya estamos casi en primavera, debería haber hecho más calor y también debería haber salido el sol.
  -Sí -me limité a decir-.
 Me sentí un estúpido. Había estado ensayando todos los días mi conversación con ella; los temas de los que iba a hablar y las palabras apropiadas para cada cosa. Quería comportarme perfecto delante de ella. Claro, no había tenido en cuenta la sensación y los sentimientos que ella produciría sobre mí.
  -¿Y en qué trabajas ahora, Charles? -me preguntó-.
 Esa pregunta me pilló desprevenido. Seguía trabajando en el campo, toda mi vida había estado dedicada a la agricultura. No ganaba mucho dinero, pero me bastaba para vivir.
  -Agricultura. Vivo de lo que cosecho y vendo en el mercado -me sinceré en un tono más bajo-.
 Charlotte sonrió.
  -¿Y qué? ¿Es que te avergüenzas de ello? Trabajar en el campo no es malo. Es más, la gente vive de lo que cultiváis y vendéis al mercado los agricultores.
 Esas palabras me hicieron esbozar una amplia sonrisa.
  -Charlotte, no sé cómo lo haces, pero siempre logras que saque una sonrisa.
  -No me digas eso. Que de seguro que una mujer te está esperando en casa ahora mismo -añadió-.
 Pues no. No me esperaba ninguna mujer, ya que en mi vida sólo podía haber una, y esa era Charlotte.
  -No. En mi casa no espera nadie, no tengo mujer -negué cabizbajo-.
 Justo cuando Charlotte iba a decir algo, la camarera de antes depositó en nuestra mesa una humeante taza de café, una taza de té y una mediana porción de apetitosa tarta de grosellas; recubierta de mermelada de fresa y más trozos de grosellas.
  -Que aproveche -la camarera nos dedicó una amable sonrisa y se marchó con la bandeja en la que había traído aquella tarta que me hacía la boca agua-.
 Charlotte se pasó la lengua por los labios, relamiéndose. Sus ojos solo tenían un objetivo: el trozo de tarta que había delante suya. Pasó el dedo índice por un borde obteniendo la yema del dedo manchada de mermelada. Luego se lo metió en la boca y puso los ojos en blanco.
  -Mmmm... -murmuró-.
  -Sigues siendo tan golosa como siempre -reí-.
 Cogió una cuchara pequeña que habían colocado junto a su taza de té y partió un trozo que luego saboreó despacio.
 Mientras tanto, alargué el brazo para coger el azucarero y después eché a mi café dos terrones. Acerqué mis labios al borde de la taza, pero enseguida los aparté al sentir el caliente líquido amenazando con quemar mi lengua.
 -¿Recuerdas cuándo de pequeña te escapabas para venir a verme y llevarme a la ciudad para mostrarme el escaparate de tu tienda favorita de dulces?  Le Parisien, se llamaba.
 Charlotte alzó su verde mirada hacia mí.
  -Sí, sí que lo recuerdo. Aquellos dulces eran una delicia. Mi madre me los solía comprar sólo cuando me portaba bien. Y eso era casi nunca. Me pasaba los días castigada por escaparme para ir a verte -añadió riendo-.
 Era cierto que la familia de Charlotte, en la que el dinero les sobraba, no quería que su hija se juntara con un pueblerino como yo. Eso dolía, aunque no tanto, ya que a pesar de todos los castigos que le supuso a Charlotte sus escapadas, ella siguió viniendo a verme.
  -Nos lo pasábamos muy bien juntos -en mi voz se notaba un matiz de anhelo-.
 Charlotte cogió otro trozo y se lo metió en la boca. Cuando volvió a mirar su plato, hizo una mueca al comprobar que ya solo quedaba pastel para dos cucharadas más.
  -¿Y recuerdas los días en los que nos íbamos a pescar al río? -le pregunté-.
  -Ah, sí. Esos días recibía castigo doble: uno por escaparme, el otro por volver mojada.
  -Te pasabas la vida castigada, Charlotte -reí-.
  -Más o menos.
 Volví a probar suerte con el café. Aún quemaba, pero me arriesgué y tragué un buen sorbo.
  -Hola -saludó una voz masculina a mis espaldas-.
  -Hola, cariño -le contestó Charlotte-.
 El hombre se acercó a ella. Y luego depositó un corto beso en los labios de Charlotte.
 Casi me atraganto con el café. A pesar de que el líquido estaba ardiendo, sentí que palidecía y mi cuerpo se enfriaba. El corazón me dio un vuelco.
 Charlotte había besado a aquel hombre.
  -Charles, este es mi marido -presentó ella-.
  -Robert, encantado -me tendió su mano-.
 Con el asombro, tardé un poco en responder, pero al final acabé cogiéndosela y estrechándola
 Era un hombre apuesto. Sus ojos eran grisáceos y su cabello negro y corto. Era más alto que yo. Y su rostro parecía amable y jovial.
  -¿Dónde están los niños, Robert? -le preguntó Charlotte y estaba parecía preocupada-.
  -No te preocupes, están viendo el escaparate de la tienda de juguetes de al lado -la tranquilizó él-.
  -Ya sabes que no me gusta que los dejes solos -le riñó ella-.
  -Están aquí al lado, no les va a pasar nada -insistió Robert-.
 Así que además de marido, tenía hijos. Mi situación empeoraba por momentos.
 La puerta de cristal de la cafetería se abrió y detrás de ella salieron dos chiquillos, un niño y una niña, que vinieron corriendo hasta nuestra mesa.
  -¡Mamá, papá! ¡He visto en el escaparate la muñeca que yo quería! -gritó entusiasmada la niña-.
  -Emily, eres una mimada -dijo su hermano-.
  -¡Cállate, George! -exclamó la niña-.
  -Comportaos -los calmó Charlotte-. Quiero presentaros a un amigo -dijo señalándome-.
 Los dos hermanos se giraron hacia mí. En el niño se podían ver rasgos de su madre. Como su cabello, rubio, y la forma de la nariz, fina y recta. Debía de tener unos once años.
 La niña también era bonita. Aunque en ella se descubrían rasgos se su padre. Calculé que tendría unos cuatro años.
  -Este es Charles -me presentó Charlotte-, un amigo de la infancia. Charles, estos son mis hijos. Este es el mayor, George, y esta es la pequeña Emily.
 El chiquillo ladeó la cabeza pensativo.
 -Yo a ti te he visto antes. Mamá, ¿no es el chico de la foto que estaba en el salón y que pintorreamos Emily y yo?
 Charlotte abrió los ojos como platos y después el rubor cubrió sus mejillas.
  -Lo siento, Charles. Eran pequeños y... -intentó excusarse ella-.
  -No importa -esbocé una triste sonrisa-.
 Ella iba a añadir algo cuando su marido la interrumpió.
  -¡Mira qué hora es! -exclamó mirando su reloj- Nos tenemos que ir a la reunión.
 -¿Ya? -Charlotte hizo una mueca de fastidio- Qué rápido ha pasado el tiempo -añadió levantándose-.
 Me levanté también. Se me había pasado el tiempo volando. Estaba feliz porque me alegraba que Charlotte hubiera encontrado alguien que la cuidase, de crear una familia, pero también estaba triste, desilusionado, había perdido al amor de mi vida.
 Salimos de la cafetería.
  -Charles -me llamó Charlotte-.
 Mostraba como siempre una bonita sonrisa, aunque en sus ojos se podía descubrir pintada la pena.
  -Nos veremos otro día, no te preocupes -me esforcé por sonreír lo mejor posible-.
 Ella se acercó y me dio un abrazo. Al principio me sorprendió, pero después la correspondí. Cerré los ojos para disfrutar su calidez.
  -Nos veremos, lo prometo.
  -Vamos, cariño, no quiero llegar tarde -insistió Robert-.
  -Adiós, Charles -se despidió ella-.
  -Adiós, Charlotte -murmuré. Los ojos amenazaban con llorarme-.
 Se dio la vuelta y comenzó a andar. La pequeña Emily cogió su mano.
  -¿Y después de la reunión me compraréis la muñeca?
  -Sí, Emily.
  -Mimada -le dijo George-.
  -¡Cállate!
 Charlotte miró hacia atrás y clavó sus ojos en mí. De ellos brotó una lágrima. Luego volvió a mirar a la pequeña y la alzó en brazos.
  -Adiós, Charlotte.                                      

Concurso de Poesía 2013 - ESO - 1º Premio


Entre dos bandos
Anas Taljou 1º ESO B
 



Entre un bando y el otro
La sangre derrama
Cuerpos inertes
Que la vida aclama. 

No hay ni bueno ni malo.
Todos caen en la batalla.
Solo existe un vencedor
Que por sus derechos no calla. 

Ojos inocentes,
Frutos de venganza
Caen cuanto antes
Al desvanecerse su esperanza. 

Sus juguetes son las armas
Y el odio su afición.
Ya no quedan esperanzas
Para la salvación 

El atardecer es oscuro
Y el dolor profundo.
El sufrimiento es duro
Para los bienes de nuestro mundo. 

El humo es el perfume,
El agua es el llanto.
De rojo es el derrame
Que se ve tanto. 

Reza a Dios
La gente desesperada
Para que acabe el dolor
En la ciudad amada.

Concurso de Poesía 2013 - Bachillerato - 1º Premio


TINTA DE REALIDAD                                            
Cristina Soriano Ramos (4º ESO A)
 

Pelotas que rebotan en el umbral de la inocencia
Escondidas bajos capas de lluvia que muestran
gota tras gota la cruel hipocresía de la fría escarcha. 

Inocentes chiquillos que juegan a esconderse
en el lugar más oscuro creyendo que no los ven. 

Somos frágiles muñecos que llegan a romperse
Con el simple susurro de un suspiro. 

Las olas resuenan en alta mar y cada relámpago
dibuja en la niebla el sollozo del humano
que pide unas migas de pan para alimentar
su paladar. 

Una mano de esperanza se cierra ante la ayuda mientras
despedaza un sarcasmo de egoísmo como su propia vida. 

Escondidos bajo máscaras de bondad mostramos bellas
frases de solidaridad que son borradas
con tinta suave de realidad. 

Encadenados a juicios dictados por la sociedad
escondemos la verdad de lo que somos para
dibujar con colores el chico ideal. 

Cada soplo de viento reparte entre el aire
el perfume de cada ser, que recoge entre
sonrisas las lágrimas ocultas de lo que somos. 

Felices son aquellos que visten de pelo de león
e injustamente castigados aquellos que marcan su piel
de ácido limón. 

Podrá algún día calmarse el llanto ahogado de
aquel que tiene sed.
Podrán algún día desvanecerse en arena las almas
injustas que alimentan la codicia, 

pero para ello, deberán florecer en primavera
flores sin espinas con ansia de ser y no de tener.                                 

Concurso de Poesía 2013 - Bachillerato - 2º Premio


AGUA SUCIA Y PODRIDA
Mª del Alba Tenorio López (2º Bachillerato E)



Triste luna que el amanecer abandona,
Devastada tierra en la que el sol asoma.
Oscuras pieles castigadas,
Fingiendo que viven sin saber nada.
Miran arriba, hacia el norte,
Donde gente entre la sociedad se esconde.
Ellos no esconden nada,
No tienen nada que esconder.
Están condenados a trabajar por una gota.
Por una gota de agua, agua que ni siquiera les da la vida,
Agua sucia y podrida.
Agua, agua que una vez en semana,
Por sus sucias y doloridas manos resbala.
Pieles secas pegadas a huesos,
Parecen que oprimen sus conocimientos.
Finos alambres que a su cuerpo, si se puede llamar cuerpo, sostienen.
Niños devastados,
niños muriendo.
Bocas de bebé buscando líquido
En pellejos deshidratados.
Manos de madre que sostienen a sus hijos
Entre sus finos brazos.
Padres en el borde del desierto, donde el sol abrasa,
Por una gota de agua, sucia y podrida, llevar a casa.
Casa, si se puede llamar casa.
Mesas en donde un vacío plato es devorado,
Devorado por manchas negras, que con una palmada se van volando.
Días solitarios.
Noches frías.
Mañanas infernales.
Esto no son más que versos.
Parece que el resto del mundo está tuerto.
“Ellos han nacido así, no podemos cambiarlo”; opinan los ciegos.
Ciegos, que no se sabe si tienen huesos,
Son masa de carne.
De su carne se podría alimentar un poblado entero.
A ellos, a los ciegos, su carne sigue pegada,
Mientras nos preocupamos los que no tenemos nada.
Ellos, solitarios hijos de tierra olvidada,
Beben agua, esa agua que está sucia y podrida,
Sin saber nada.                                             

Concurso de Poesía 2013 - Bachillerato - Premio 3º


YA NO HAY OJOS QUE RECUERDEN LAS SONRISAS DE ANTAÑO
Melania Pérez González  (1º Bachillerato D)
 


En esta noche sin cielo
que comparto con la soledad
siento mi corazón lívido y con miedo
de esta tierra de maldad. 

Perdí la fuerza al batallar con muertos
en un duelo sin victoria,
y ahora estoy donde habita el fuego
viendo mi alma en cada sombra. 

Ya no hay ojos que recuerden las sonrisas de antaño,
ni labios que digan lo preciosa que está la vida esta noche,
ni sueños que le ganen al mundo en tamaño,
solo queda la nostalgia de cuando la luz era más que un nombre. 

Vago errante buscando la paz en mi interior,
mientras el mundo se va vistiendo de dolor.
Pienso que ya nada me consuela,
que mi felicidad emigró por primavera. 

Y es que voy por la autopista de las lágrimas,
de donde las nubes se escapan.
Y pensar que ahora todo es tan triste...
Y es que los sueños son de un material muy sensible. 

Visité a la razón y me vio como una extraña,
mi corazón está lleno de telarañas...
No puedo llevar a los dos la contraria:
¿Cuál será la voz más sabia?